Hace unos días le daba yo vueltas al modo de prepararme unas buenas sardinas. Pescado barato, suculento y parece que muy nutritivo. Y se me ocurrió lo siguiente. En una sarten grande puse cebolla, pimientos y ajo finamente cortados, con un poquito de aceite (o grasa de cerdo), y las puse a rehogar. Al poco, y cuando todavía quedaban unos minutos para hacerse, coloqué encima las sardinas, abiertas, sin raspa ni cabeza, y boca abajo, como si el foco de luz de la campana extractora las dorara bajo sus rayos ultravioleta. El espectáculo era maravilloso, toda una capa plateada de escamas recogiendo los vapores de la verdura mientras las sardinas se hacían pausadamente. Una delicia.
Deja una respuesta