Dinámicas perceptivas en el pelotón
Dentro del pelotón las cosas resultan muy diferentes. El mundo no pasa tan rápido ante nuestros ojos, vamos montados en un tren que circula despacio, digamos que mucho más lento que los coches que pitan y que nos agobian con sus prisas. Para el ciclista el pelotón está quieto. Pero no hay que dejarse engañar por este estatismo relativo que nos permite charlar con el compañero, invitar a un trago de agua, compartir un plátano o una barrita energética, soltar el manillar para ajustarnos las gafas, el casco o estirar un poco la espalda. El pelotón se parece a un enjambre y resulta imprescindible prestar atención a sus dinámicas internas, a sus cambios de volumen, porque tan pronto como se adensa, a continuación podrá estallar en cohetes que se despliegan en filas indias tras cuyas estelas resulta necesario pedalear para no quedar aislados en medio de la nada, incapaces ya de conectar con un tren que nos ha dejado abandonados en el andén.
Pero a mí sobre todo me sorprendió la dicotomía entre cómo suena un pelotón visto desde la cuneta o la acera, en contraste con los sonidos que uno escucha cuando va montado en él. Y no encuentro mejor símil para explicarlo que el del mar y el ruido de las olas rompiendo tranquilamente en la playa, moviendo arriba y abajo los guijarros de la orilla. Fue Leibniz el que utilizó este ejemplo para explicarnos la diferencia entre la percepción y la apercepción, distinción que a mí me resultó pertinente para comprender mejor esas dinámicas perceptivas, sonoras, que se producen en el pelotón. Cuando percibimos el sonido del oleaje y del efecto de la resaca sobre las grava y la arena de la ribera marina, no nos podemos apercibir del sonido de cada piedra al ser movida por la ola, porque el cerebro integra toda la información y la resume en una melodía rítmica que no existe en la naturaleza, que sólo anida en nuestro cerebro, pero que sintetiza una realidad que así podremos comprender más allá de su complejidad.
Asimismo la realidad del pelotón resulta mucho más compleja que la percibida desde fuera como espectador, y sólo cuando uno se convierte en guijarro, en actor, y se deja mecer por el mar, acaba por comprender sus entrañas, a percibir la melodía de sus átomos, esa dodecafonía que sólo los que pedaleamos y nos sumergimos en un pelotón podemos apercibir deconstruida en forma de rodamientos, toques de freno, jadeos, roces, el viento jugando entre las ruedas, los brazos y las cabezas, las cadenas, los cambios de marcha, el plato que se atasca, las roldanas, los sorbos de agua, el clic de la cala, la palmada en la espalda, el salivazo contra el asfalto, la tija que chirría, la biela que cruje, los neumáticos fríos o recalentados, los amagos, el olor del miedo, la adrenalina del que va a atacar, el estallido de un pinchazo, el sudor que brilla a nuestro alrededor como mil espejos, la marcha que salta, el murmullo de los que detrás hablan sobre la factura del gas o del polvete mañanero que los ha dejado exhaustos, las risas, los comentarios jocosos, cuidadín, cuidadín, no me toques los melocotones.
……….continuará…..
Ensayo sobre las dos ruedas (vi) by Rui Valdivia is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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