Enemigos que nos miramos de reojo
Pero la mayoría de las ocasiones montamos solos, a los sumo con algún amigo, tres o cuatro colegas que pedaleamos en parejas, y que por tal razón recibimos los insultos de algunos automovilistas, ignorantes del código de la circulación, y que nos echan en cara que no vayamos en fila india y todavía más allá del arcén, por la cuneta, porque la carretera, qué duda cabe, les pertenece a ellos. Vivimos en un país en el que la población ha aprendido a dormir la siesta oyendo el tour o a la vuelta ciclista a España. Lo que lejos de haber provocado algún tipo de simpatía, empatía digamos inconsciente premeditada, por el ciclista, ha despertado ingratitud, a veces incluso odio, hacia esos esforzados jóvenes, jubilados, parejas, amigos que utilizamos la sangre propia y que quemando glucosa y grasas compartimos una calzada que ellos creen que se la estamos robando, usurpando.
El mayor peligro del ciclista no proviene de su corazón desbocado, tampoco de un desequilibrio repentino, de averías, de choques fortuitos en un pelotón, o de un despiste o un fallo de conducción, sino de los automóviles. Todos lo sabemos. Nadie lo pone en duda. Las estadísticas lo confirman. Somos enemigos que nos miramos de reojo. En cualquiera circunstancia los ciclistas debemos enfrentar al peligro de la carretera o de la calle. Tanto si la vía discurre recta y ancha, porque los coches se desgañitan a correr y nos pasan rozando; o estrecha, uno de los dos sobra aquí; empinada, pero qué torpe, vaya globero; y si bajamos, incapaces de comprender las exigencias de nuestras trazadas; no hablemos si estamos en una curva, que no nos ven, o detrás de un cambio de rasante. Somos unos héroes. Según ellos, unos descerebrados.
¿A quién pertenece la carretera? El coche afirma que la carretera es suya. Nada dice la ley al respecto, pero haciendo gala de su mayor fuerza, la ejerce, y consecuentemente, nos aplasta. Debemos utilizar las sobras de la carretera. Únicamente cuando el todopoderoso dueño está holgando, durmiendo o tomándose un solomillo, al margen y sólo utilizando lo que el coche no quiere, desprecia o desdeña. Pero no debemos olvidar que aunque las carreteras no pertenecen sólo a los coches, en cambio, las carreteras sí han sido construidas para ellos. Y que nosotros las utilizamos, como si dijéramos, subsidiariamente. Bueno, algunas sí les pertenecen, las llamadas vías rápidas o de alta capacidad, las autopistas que prohíben taxativamente la entrada de vehículos lentos. Sólo a un demente se le podría ocurrir pedalear en semejante avispero. Lo tachamos. Ningún problema. Pero ¿y las otras?
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Ensayo sobre las dos ruedas (vii) by Rui Valdivia is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
Conducir con bicicleta por la carretera es una actividad peligrosa y que entraña un gran riesgo. La mejor solución seria la realización de carriles bici en diferentes zonas. Sin embargo, en los lugares en los que ya se cuenta con estos, los ciclistas siguen circulando por la carretera por lo que el peligro sigue presente.
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Realmente peligrosa, pero no porque no haya carriles bici, o porque habiéndolos los ciclistas vayamos por la carretera, sino por la falta de respeto del automovilista, la carencia de educación y el desconocimiento de las normas de tráfico en lo relativo a la protección del ciclista y del peatón.
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