En nuestro imaginario habitan las imágenes, que se entrelazan por obra de una sintaxis que aprendemos a manejar durante los primeros días de vida. Sobre este edificio colocaremos los lenguajes como un ensamblaje conceptual que sin embargo se nutre y reposa sobre los cimientos de la imaginación.
Las imágenes nos rodean hasta el punto de que muchos pensadores consideran que este mundo espectáculo, escaparate o pantalla está dejando de ser un lugar racional, que la psique de sus ciudadanos, atacada por tantas imágenes, se convierte en la de un espectador obsceno e instintivo que se deja embaucar por la velocidad, intensidad y acumulación de unos datos visuales que acaban por obcecarnos el entendimiento. A nuestra cultura se la denomina visual, y se la tiende a caracterizar como frívola, afectiva, sentimentaloide y superficial, en comparación con la cultura escrita tradicional, la de los libros, que se consideraba más racional, seria, profunda y desapasionada.
Pero recordemos lo que al respecto nos cuenta el pedagogo del arte E. Eisner, que tanto la cognición como las emociones ocurren simultáneamente en la experiencia humana, porque “no puede haber actividad cognitiva que no sea también afectiva”. Y por tanto, que las imágenes y los conceptos que se nutren de ellas no pertenecen a dos mundos tan separados, y que calificar automáticamente a lo visual de emotivo y a lo escrito de racional, carece de sentido, máxime cuando la mayor parte de la humanidad ha sido casi siempre “analfabeta” y la cultura escrita fue algo reservado a una minoría. En cierto modo, considero que una parte amplia de la crítica negativa que reciben las imágenes como forma de comunicación y conocimiento se debe también al tradicional modo de entender la educación, la formación y la transmisión de cultura por parte de la élite ilustrada occidental, adiestrada en lo escrito, embaucada en la selva de las palabras, y que al levantar la vista de los libros y los artículos para apreciar la realidad, reciben el impacto de un espectáculo “escrito” en un lenguaje visual al que tratan con desprecio y displicencia, un espíritu iconoclasta que hemos de reconsiderar.
Hablo de ello porque las experiencias artísticas tratan fundamentalmente con el imaginario, porque esas metáforas encarnadas que maneja nuestro cuerpo como última instancia de sentido se aprehenden primariamente como imágenes antes de ser transferidas a los conceptos y las palabras de los lenguajes orales y escritos. Y porque nuestro tiempo ha sido caracterizado como de la economía y de la política estetizante, como un espectáculo audiovisual de experiencias sensoriales y hedonistas. Por ello me gustaría dedicar unas páginas a las imágenes y cómo la experiencia artística, como forma de acceso al conocimiento y a la emoción, se relaciona con la cultura audiovisual. Y añado lo sonoro a lo musical porque creo que la imagen se haya indisolublemente unida al sonido, porque este “nuevo sensorium” (en palabras de Benjamin o Ranciere) de la posmodernidad está sobre todo formado por la imagen en movimiento, dinámica, e integrada con el sonido. Todo el potencial perfomativo, cognitivo y emocional de nuestra época se despliega por haber sido capaz de integrar los medios visuales y auditivos.
Como afirma Debray en “Vida y muerte de la imagen”:
Somos la primera civilización que puede creerse autorizada por sus aparatos a dar crédito a sus ojos. La primera en haber establecido un rasgo de igualdad entre visibilidad, realidad y veracidad. Todas las otras, y la nuestra hasta ayer, estimaban que la imagen impide ver. Ahora, la imagen vale como prueba. Lo representable se da como irrecusable.
Pudiera parecer que la tradicional prevención platónica y cartesiana (racional) ante los datos de los sentidos y en concreto, ante las imágenes, se hubiera invertido en la actualidad, y que cualquier cosa, por el mero hecho de ser representada, de aparecer como imagen fotográfica, videográfica o publicitaria, adquiriría ya la garantía de la veracidad, sin necesidad de pasar por ninguna otra auditoria cognitiva, y sobre todo, estética, entendida esta disciplina como la ciencia de la percepción y de lo sensible, antes de que fuera transformada en mera ciencia de lo bello. Las imágenes se habían considerado casi siempre un reflejo o deformación de la verdadera realidad, un obstáculo para el conocimiento, porque el idealismo en el que se ha basado la ciencia tradicional consideraba que la imagen se interponía con la verdad y que ésta se escondía tras la tramoya de las imágenes teatrales o espectrales de la realidad.
Pero este fenómeno tampoco resulta tan novedoso. Las imágenes siempre han estado presentes, y ya Feuerbach en “La esencia del cristianismo”, antes de que apareciera la sociedad del espectáculo, analizó la historia con esta frase que tantos pensadores de la sociedad actual han utilizado como punto de arranque o inspiración para analizar la cultura contemporánea de la imagen:
Y sin duda nuestro tiempo (…) prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser (…) lo que es ‘sagrado’ para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado.
También Saint-Simon, el socialista utópico, había anunciado el papel de las vanguardias artísticas y la capacidad de las imágenes para convencer e incitar a la acción (En Daniel Bell, “Las contradicciones culturales del capitalismo”):
Seremos nosotros, los artistas, quienes os serviremos de vanguardia. El poder del arte, en efecto, es más inmediato y más rápido: cuando deseamos difundir nuevas ideas entre los hombres, las inscribimos en el mármol o en la tela… y de este modo, sobre todo, ejercemos una influencia eléctrica y victoriosa. Apelamos a la imaginación y a los sentimientos de la humanidad, por lo cual siempre inspiramos la acción más viva y decisiva.
Tal y como los capiteles románicos, o los retablos, toda la imaginería de todas las épocas ha conformado un lenguaje visual a la par alternativo como complementario del lenguaje oral y escrito, y que se ha imbricado también con el sonido, como ya nos enseñó Attali en “Ruidos: ensayo sobre la economía política de la música”, en una visión de la comunicación humana que lejos de poder ser caracterizada sólo de visual o auditiva según los medios preponderantes, al estilo de lo que intentara McLuhan, cabe considerar como una comunicación transmodal en la que los medios antiguos y modernos se utilizan conjunta y dinámicamente.
La postura apocalíptica en la que se ha posicionado casi siempre la izquierda, sobre la función de la imagen en la comunicación, ha sido realmente muy negativa en relación con su política en pos de la emancipación, ya que ésta se ha traducido en un cerrar los ojos, en un mirar a otra parte para no dejarse adormecer por el hedonismo de las sirenas del mercado de los medios de propaganda y publicidad de masas. Casi siempre se ha considerado que el ser humano recibía acríticamente y sin capacidad de selección y filtro, todas las imágenes de los medios de comunicación, de las industrias del entretenimiento y de la cultura, y que el objetivo de la emancipación política consistía en protegerlo de la creciente avalancha de imágenes, liberarlo de los cantos de sirena de la cultura visual. En claro contraste con ello, comparto, sin embargo, la intuición de W. Benjamin, quien consideró que esta era de reproductividad técnica de las imágenes repercutiría positivamente en la democratización de las sociedades, aunque no soy tan ingenuo de considerar que no pueda convertirse, como de hecho lo está siendo, en una democratización banal y superficial, aunque ello a pesar de las imágenes y de su verdadero potencial emancipador y cognitivo.
Ya Heidegger intuyó que la era de la imagen del mundo estaba finalizando y por tanto, que esa concepción de la verdad como algo a descubrir tras las apariencias, y de la representación del mundo como una mímesis a semejanza de él, estaba siendo alterada por la nueva era de la imagen. La fenomenología nació por el impacto de la fotografía, y sobre todo del cine, lo que anunciaba no solamente una nueva narrativa, sino también otra forma de construir las verdades. Porque no olvidemos que la principal vocación de la ciencia había consistido en poder transformar las imágenes en texto, porque era el lenguaje escrito el que desvelaría la verdad escondida en las imágenes a través de la explicación racional-sintáctica de las cosas. En un mundo fabricado como el que hoy se abre ente nuestros ojos y oídos, la imagen en sí misma se convierte en conocimiento, y como afirmaba Deleuze, la verdad ya no habría que buscarla detrás, sino delante, sobre la misma superficie de las imágenes, en sí mismas objetos de comunicación, experiencia y saber.
La experiencia artística moderna ha ambicionado siempre crear una disciplina al margen, con entidad propia y desligada de esos otros campos que siempre fueron consustanciales al arte, el de la artesanía y utilidad de las coas, o el de la técnica como heurística, entre otros ejemplos, para crear esos objetos independientes y ajenos que son las obras de arte, unos híbridos que aspiraban a comunicar lo indecible. Si la ciencia y la filosofía eran los ámbitos del decir, de la lengua como racionalidad y también como discordia y conflicto, el del arte era el lugar de la armonía, de la unión de las almas en una misma visión inefable. Un contrasentido que ya anticipó Platón con su desprecio hacia las artes, y en el que ha abundado la modernidad hasta la saciedad, hasta dejar exhausto al propio arte y a la misma ciencia: un arte que se abstiene de su vocación iluminadora, pero que a pesar de ello aspira a cotizar al alza en los mercados crematísticos; y una ciencia que se escribe en una lengua incomprensible, y que sin embrago, renuncia a ser explicada por imágenes y experiencias artísticas.
Podemos leer la siguiente cita de F. Berardi, en “Generación post-alfa: patologías e imaginarios en el semiocapitalismo”, donde destaca esta misma controversia y enuncia la aspiración que enuncia la nueva era de la imagen:
“La cultura occidental ha considerado la palabra hablada como la forma más elevada de actividad intelectual y ha reducido las representaciones visuales a ilustraciones de segundo nivel de las ideas” escribe Nicholas Mirzoeff en su libro Visual Culture. Sin embargo, el imaginario global se expresa por medio de la cultura visual. La globalización cultural ha podido realizarse mucho más fácilmente por medio de los medios visuales que de la palabra hablada o escrita. Las imágenes funcionan como activadoras de cadenas cognitivas, de comportamiento y mitopoiéticas que se pueden desarrollar más allá de los límites del lenguaje verbal y de las interpretaciones culturales, nacionales y religiosas.
Desgraciadamente, siempre ha habido un conflicto epistemológico entre lo visible, lo decible y lo audible, tanto en el terreno de las artes como de la ciencia, a pesar de los diferentes intentos históricos por concertar soluciones de compromiso. Por ejemplo, al nivel de las imágenes, éstas casi nunca han podido superar la polaridad entre ser simulacros de realidad o la de ser capaces de desvelar la trascendencia en su misma inmanencia. O las discusiones bizantinas en torno a cuál era la más excelsa de las ares, si la poesía, la música o la pintura. Si el oído conectaba más directamente con el más allá, si era la luz la que nos traía el mensaje divino, o era el verbo la expresión genuina del logos.
Quizás el último de los embates que recibió la modernidad y su dicotomía entre el arte y la ciencia, se terció en el campo del lenguaje en torno a lo que se ha venido en llamar el giro lingüístico, que finalmente destronó ese gran pilar del lenguaje racional en torno al cual ha girado la proverbial confianza que Occidente tuvo en su ciencia en contraposición con el arte, en la lengua como receptáculo de la razón, y el arte del sentimiento. Tras Wittgenstein y Russell, pero con los antecedentes imprescindibles de la semiótica, ya no vamos a poder seguir considerando el lenguaje hablado y escrito como algo transparente al pensamiento, al margen de la experiencia y de la acción, sino muy al contrario a como tradicionalmente se lo había considerado en la tradición científica y filosófica, como una construcción humana que se realiza acorde con la fabricación de nuestro mundo y en conexión con nuestros sistemas simbólicos y con el imaginario. No quiere decir esto, evidentemente, que el lenguaje no sirva, sino que el lenguaje es una construcción, que como indican las últimas investigaciones sobre su génesis, no se realiza según unas semillas genéticas estructurantes de todos los lenguajes humanos (la gramática universal de Chomsky), sino que cada comunidad, en función de su aprendizaje y en ejercicio de su libertad creativa, siempre elaborará un lenguaje acorde y coherente con el mundo que social y materialmente está fabricando. Por un lado, el giro lingüístico destrona al leguaje escrito y oral de su pedestal, ya que el lenguaje no preexiste ni al pensamiento ni al mundo, pero por otra parte nos muestra la intrínseca libertad humana de poder fabricar un mundo que somos capaces de nombrar y describir.
Pero basta con salir a la calle o mirar la pantalla de nuestro ordenador, para percibir también que en la actualidad el giro lingüístico se está viendo complementado con un giro visual o icónico que en el terreno del análisis social y filosófico se enmarcaría en la disciplina de los estudios visuales, y que viene a dar nuevo impulso al trasnochado campo de la estética y de la historia del arte.
Todavía dudamos si el sueño de N. Hawthorne en 1851 fue una pesadilla, una utopía o una ilusión:
¿Es un hecho, o lo soñé, que mediante la electricidad el mundo de la materia se ha vuelto un gran nervio, vibrando a miles de millas en un punto de tiempo sin aliento? ¡O más bien, el globo redondo es una vasta cabeza, un cerebro, un instinto con inteligencia! ¡O deberíamos decir que es un pensamiento en sí mismo, nada más que pensamiento y ya no la sustancia que considerábamos!
La tecnología nos ha traído unas imágenes ubicuas, reproducibles y transformables que pueden circular sin apenas rozamiento y casi instantáneamente por nuestras redes de comunicación. La enorme fuerza de las imágenes, en conexión con los sonidos de las que se acompañan, y el hecho de que sean capaces de conectarse mejor con nuestro imaginario y con los sistemas simbólicos que lo sustentan, las dota de una capacidad de comunicación casi instantánea en la que reside tanto los peligros que nos aquejan como las oportunidades que nos prometen.
Recordemos lo que decía Dewey, que “las conexiones del oído con los procesos vitales del pensamiento y la emoción son mucho más próximas y variadas que las del ojo. La visión se refiere a un espectador; el oído a un participante”. Idea a la que Catalá recurre para expresar el maridaje de la imagen y el sonido en la cultura audiovisual:
La nueva imagen interactiva, no sólo se conecta con el sonido, sino que adquiere la vitalidad y variación que Dewey adjudicaba a lo auditivo, a la vez que se revela como la gran gestora de todos los demás medios.
Pero estas imágenes y las experiencias artísticas que nos deparan, ya no nos acompañarán durante más tiempo en su calidad de “imágenes del mundo”, tal y como el ser humano fue durante tanto tiempo construido a imagen y semejanza de dios, sino que más bien expresarán en sí mismas el mundo, del mismo modo a como el lenguaje, tras el giro lingüístico, dejó de ser un espejo de la realidad para convertirse en una actividad volitiva de construcción de mundos.
No quiere decir esto que el “ahí afuera”, el mundo ontológicamente estable no exista, ni que tenga importancia, sino que poco nos importa cómo sea, sino cómo lo incorporamos, lo transformamos, lo vivimos, lo interpretamos, en suma, lo recreamos a través de nuestra experiencia, y tras todo ello, además, y sobre todo, somos capaces de sobrevivir acoplados estructuralmente con él, tanto al mundo material como al entorno social. Lo esencial, es que todo este trabajo creativo y constructivo siempre lo ha realizado el ser humano con música, lenguaje e imágenes, no como herramientas para comprender o dar sentido, sino como auténticas estructuras de nuestra experiencia cognitiva y emotiva. Por ello creo que el reto al que nos enfrentamos consiste en poder ser capaces de ser transmodales, de permitir que esta posibilidad de conocimiento, emoción y experiencia auditiva, visual y lingüística podamos integrarla con todo el potencial que las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación nos permite.
Nuevamente traigo a Debray con las siguientes palabras, que expresan esa realidad transmodal que nos rodea, asedia o libera, y a la que no podemos escapar, pero sí transformar y recrear.
Toda cultura se define por lo que decide tener por real. Transcurrido cierto tiempo, llamamos “ideología” a ese consenso que cimienta cada grupo organizado. Ni reflexivo ni consciente, tiene poco que ver con las ideas. Es una “visión del mundo”, y cada una lleva consigo su sistema de creencias. ¿Qué creer? Cada mediasfera produce sus criterios de acreditación de lo real, y por lo tanto de descrédito de lo no-real. Lo que nos hace ver el mundo es también lo que nos impide verlo, nuestra «ideología».
El hecho de que la crítica artística haya sido siempre realizada desde las palabras, desde el lenguaje escrito, evidencia la supeditación tradicional de la imagen al verbo. También la imágenes-ilustraciones se dibujaban casi siempre después del cuento o del poema, un complemento para su inteligibilidad y emoción. Y las palabras al pie de las fotos transformaban el sentido de las imágenes, las biografías de los pintores la forma de acercarse a sus obras. Pero todo esto se resquebraja ante el ímpetu de esta nueva era audiovisual. Ante este fenómeno ni el enroque ni el pasotismo nos pueden beneficiar, porque a los peligros indudables al que tal situación nos expone no se los puede enfrentar negando la evidencia.
Buck-Morss, una de las investigadoras más interesantes de los estudios visuales declara lo siguiente al respecto:
Sin embargo, ahora hay fuerzas en juego que apuntan hacia las vulnerabilidades de las estructuras actuales de poder. Las imágenes circulan a lo largo y ancho del globo en patrones sin centro que permiten un acceso sin precedentes, deslizándose casi sin fricción alguna entre lenguajes y fronteras nacionales. Este hecho simple, tan evidente como profundo, garantiza el potencial democrático de la producción y distribución de las imágenes, en contraste con la situación actual. La globalización ha dado a luz imágenes de una paz planetaria, de justicia global y de un desarrollo económico sostenible; pero su configuración actual no puede llevarlas a cabo. El fomento de estas metas no se logra cuando se reacciona contra ellas, sino cuando se las redirige. La reorientación se convierte en la revolución de nuestro tiempo.
Es decir, la reorientación, recombinación, desvío, etc., y no olvidemos tampoco la denominada cultura de la convergencia, la oportunidad de imbricar todos estos modos de comunicación, saber y experiencia, la posibilidad de aprovechar de forma conjunta el potencial de convergencia que nos ofrece la palabra, la imagen y el sonido –y sus tecnologías de creación, reproducción, transformación y transferencia-para dar sentido, en suma, para reunir emoción y razón a través de una auténtica acción transformadora.
Los textos y las imágenes poseen vida propia al margen de las personas que los crearon, más aún en el momento actual, en el que la difusión libre y gratuita se manifiesta como una realidad tecnológica. Las diatribas contra la generación post-alfabética, como la denominó Berardi, por su incapacidad para leer y en cambio, para dejarse seducir por la cultura fundamentalmente visual de los videojuegos, de los entornos video-creativos y las plataformas de transformación fotográfica, pueden poseer un poso de verdad, pero apenas aportan nada útil al reto al que nos exponemos, el de darle sentido a nuestra época, un trabajo en el que las imágenes, el sonido, las experiencias artísticas, y también la palabra escrita, deben aportar su colaboración.
Pero la primera generación videoelectrónica ha adquirido competencias de elaboración sin precedentes en la mente humana y ha adquirido la capacidad de moverse a gran velocidad en un tupido universo de signos visuales. La competencia en la lectura de las imágenes se ha desarrollado de modo vertiginoso y esa competencia ocupa un lugar decisivo entre las capacidades de elaboración semiconsciente de un individuo contemporáneo (…) No se trata de juzgar las competencias cognitivas de la nueva generación, sino de interpretarlas. Cualquiera que pretenda comunicarse con la nueva generación videolectrónica debe tener en cuenta cómo funciona el cerebro colectivo postalfabético, teniendo en cuenta la advertencia de McLuhan: en la formación cultural el pensamiento mítico tiende a predominar sobre el pensamiento lógico-crítico.
El modo de experimentar el mundo que fue habitual para nuestros abuelos está desapareciendo, transformándose radical y aceleradamente hacia una cultura audiovisual interactiva. No importa, en principio, establecer ningún tipo ni de responsabilidad ni causa para asumir la ineludible tarea de tener que vivir en una realidad que se manifiesta de esta forma y no de otra, y a la que sólo se puede transformar y recrear asumiéndola como real. Evidentemente, resulta crucial intentar entender las fuerzas motoras de todas estas transformaciones, y comprender los conflictos, pero esta es una tarea que se realiza a la par que uno asume de forma activa y creativa la realidad visual y espectacular del mundo tecnológico en el que nos ha tocado vivir.
Y ello, claro está, influye poderosamente en la educación y el aprendizaje, en los mecanismos que utiliza toda sociedad y comunidad para transmitir y compartir el conocimiento, así como en el tipo de experiencia artística que debe acompañar todo este proceso cognitivo y emocional. Los mecanismos tradicionales entran en disonancia con la cultura mediática de muchas personas, no digamos de los niños y de los adolescentes, lo que está provocando, de hecho, una fractura en la comunicación transgeneracional del conocimiento y de la experiencia y un debilitamiento de la capacidad de las personas para reorientar, recombinar, adaptar y recrear, en suma, fabricar autónomamente nuestro mundo.
Quisiera recordar el capítulo en el que escribí sobre la relación entre ciencia y arte y el papel tan destacado que las imágenes, las metáforas, y en concreto, las interfaces gráficas de visualización de datos y de información, poseen para explicar, modelizar, simular y fabricar las realidades y los mundos que nos muestran las ciencias. Y recordaré para ello las siguientes palabras de Catalá:
(…) una imagen que no sea simplemente ilustración de un conocimiento expresado mediante el lenguaje, sino que se convierta en co-gestora de ese conocimiento. Si este proceso de simbiosis no se produce, la evolución social seguirá su camino y acabará por producirse un pernicioso divorcio entre la sociedad y la racionalidad científica. La imagen compleja pretende resolver pues el tradicional divorcio entre arte y ciencia, al tiempo que nos permite enriquecer nuestra comprensión de lo real y mantener aquellos aspectos del proyecto ilustrado cuya continuidad es necesaria.
Porque la imagen, como recoge K. Moxey, “no es un derivado ni una ilustración sino un medio activo del proceso de pensamiento”. Y en congruencia con ello nos pone el ejemplo de las ilustraciones de Darwin, auténticos modelos o interfaces cognitivas, verdaderas experiencias artísticas y científicas:
Un esbozo de una ramificación de coral, por ejemplo, es crucial para su concepción de la evolución como no lineal. Sustituyendo las ramificaciones de coral al tronco de árbol –la forma habitual de concebir la idea de la evolución antes de su tiempo- Darwin encontró un modo de concebir la evolución como un proceso dotado de múltiples líneas de tiempo.
Sin embargo, también nuestra sociedad se concibe, como recordaba al comienzo del capítulo, como una sociedad del espectáculo, donde todo es representación y simulacro, y en el que las imágenes lanzadas por políticos, medios de masa y publicidad se perciben como un sucedáneo de realidad, como un teatro de falsedades que ocultan la verdad del poder y de la explotación económica, y en la que al extremo, la realidad virtual nos instala en un mundo que más que experimentado materialmente se lo vive fantasiosamente. De ello hablaremos a continuación.
Creo que, sin errar respecto al significado último de lo visual, erras al aceptar su interpretación política en el marco actual, es decir, una vez más aquello que los postmodernos significan materialmente, aquello para lo que sirve la reivindicación de la imagen en términos de oposición a la cultura escrita (y que es muy diferente a la idea de «sociedad del espectáculo» de Debord)
Porque lo que ocurre en los años cuarenta es el ascenso a potencia omnipresente de EEUU, la primera potencia que batallará desde el primer momento por controlar los medios de comunicación de sus aliados (destruyendo por ej las industrias cinematográficas en los acuerdos de paz y en el pack Marshall).
La élite whasp de EEUU tenía muy fresquita las lecciones del audiovisual: en 1932 la lengua de casi el 40% de los norteamericanos seguía siendo… el alemán en distintos dialectos y variaciones, desde el germano-texano al yidish neoyorkino. La imposición político-monopolista del cine sonoro, rechazado por un público que tenía dificultades para entender el inglés de los guiones fue clave para la nacionalización sin la que hubiera sido impensable la guerra. A cambio Hollywood se convertiría en un monopolio global de facto impulsado por la hegemonía militar y diplomática americana.
De ahí a nuestros días podría listar mil ejemplos. El último, el Flash y los intentos, reiterados contra toda lógica económica, en los 90 por audivisualizar la web. Porque audiovisualizar significa aumentar la escala, significa volver a introducir el capital en la producción de significados en el medio que los aplanaba. La audiovisualización, se pretendía, devolvería la comunicación y la producción de imaginarios a sus dueños de toda la vida y recentralizaría la web.
Resumiendo: la «cultura de la imagen» en todas sus dimensiones (un día hablamos del expresionismo americano y sus émulos peninsulares tan amados de la propaganda franquista que así tenía disidentes que llevar a la bienal de Venecia) no es la puesta en valor de la imagen, ni un ponderado balance de la imagen y la oralidad frente al supuestamente abrumador papel de la palabra escrita. Ha sido, es y tiene la pinta de que seguirá siendo, una estrategia bien concreta de poder del estado totalitario, el capital sobre-escalado y el tecno-imperialismo.
Y si vemos que significa la «cultura visual» en la educación reglada y en las herramientas con las que se ha dotado ya a generación y media para desenvolverse en el capitalismo informacional, no hay que mirar muy lejos para darse cuenta de que ha ido pareja a la destrucción ramplona y sistemática de las enseñanzas medias y la universidad.
El fin de las asignaturas de historia de la Filosofía, el paso de las clases universitarias a power-point, la consecuente desaparición de la sintaxis en el lenguaje político-académico con la imposibilidad de trabajar textos originales por la gran mayoría de alumnos universitarios… y en paralelo, cuando la erosión ya es suficiente, la anglificación neocolonial de la enseñanza media… es decir, el frente educativo de la descomposición, es impensable sin el discurso de la «cultura visual». Una vez más los postmodernos dieron letra y prepararon el camino a la nueva «cultura de la adhesión» que la recentralización de la web haría hegemónica en apenas tres años.
Y hay que reconocer que como estrategia consciente más que orgánica de dominación funciona. El primer aviso vino con el «otoño francés» de 2005, cuando los mismos muchachos de arrabal que tenían a Sarkozy en un puño, resultaron incapaces -a pesar de la habilidad técnica para montar algaradas que sobrepasaran a la policía- de tener un mínimo programa, de dotar de sintaxis a sus deseos y convertirse en una fuerza política. La versión pequeño burguesa vendría después con el 15M y su incompetencia para definir nada parecido a una reivindicación (lo que permitió que una fuerza tradicional como podemos se comiera su interpretación y redefiniera luego sus significados sin pagar coste alguno, ni tener que hacer grandes malabarismos).
La cuestión no es si la comunicación mediante imágenes permite forma de pensamiento más o menos racionales o profundas. La cuestión es que la cultura de la imagen realmente existente sirve para destruir la sintaxis y por tanto la capacidad para pensar, fundamentar y expresar las propias necesidades. Es una herramienta de poder de primer orden que se fundamenta en las lógicas destructivas de la descomposición y que las azuza. Por eso, hoy, filosofar es un acto de resistencia y enseñar a estructurar un argumento propaganda subversiva. Por eso escribes, no dibujas, esta serie.
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Sí, escribo la serie y no la dibujo, pero percibo una dificultad creciente para lograr comunicar únicamente a través de la palabra. Realmente la línea de pensamiento que surge del situacionismo de Debord es clara y muy crítica contra el uso de la imagen por el poder. Pero respecto a ello creo yo que deberíamos contemplar las enormes posibilidades que la convergencia de medios escritos y audiovisuales, nos ofrecen para conseguir la difusión de conocimiento, y para comprender mejor los modelos de realidad complejos a los que nos enfrentamos.
Sería como querer negar la tecnología de internet porque el poder la centraliza, porque evidentemente la utiliza para controlarnos. Así como en esa misma tecnología existen semillas de emancipación que estamos utilizando y que forma parte de nuestro trabajo diario de transformación social, en las imágenes y la posibilidad que nos ofrecen las tecnologías de manipularlas, cortarlas, transformarlas, compartirlas, etc. se abre también un medio de acción política, artística, social y de conocimiento. Es decir, escribo en internet a pesar de que me controlan por ello, y a pesar de los monopolios de la red física, y no lo hago sólo en papel porque escribiendo en internet a pesar de que esta red sea parte de políticas opresoras y de control, estamos transformando internet e intentamos convertirla en una red más equitativa y distribuida. Pues con las imágenes ocurre algo similar. Tenemos que aprender a sacarles su máxima potencial de emancipación y de conocimiento, porque vivimos en un mundo interfaz en el que nuestros chavales están expuestos a lo que dices, pero que ya poseen herramientas cognitivas y habilidades de las que yo carezco y que bien orientadas les pueden servir para comunicarse mejor y comprender mejor su mundo. En el siguiente capítulo hablaré más de la sociedad espectáculo.
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Estoy completamente de acuerdo en que hay que repensar la imagen y usar imágenes con un lenguaje propio. Lo que me produce pánico, porque es donde veo la garra de la descomposición alentada desde un poder que solo quiere control, es la oposición entre imagen y palabra a lo Derrida, minando la centralidad del pensamiento estructurado (sintaxis). Se que suena como una boutade y a lo mejor lo es, pero estoy convencido de que la lucha por la recuperación de la sintaxis es la primera línea de batalla contra la descomposión.
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Porque veo también la enfermedad que aqueja a muchas personas jóvenes, de la ansiedad, de la falta de control y de atención, y que se desea controlar con medicación en una alianza sádica entre farmacéuticas y medios. Enfermedades psíquicas que proceden de la sobreexposición a estímulos de imágenes y ruidos,de la incompetencia lectora y por tanto, la dificultad para armar una mínima estructura explicativa, para realizar narraciones, para tener una relación saludable con el tiempo pasado y futuro. Jameson lo definió muy bien, y también Berardi en su experiencia terapéutica. La imagen es uno de los estímulos cognitivos más potentes, para lo malo…y para lo bueno. Lo audiovisual es uno de los campos de batalla, y hemos de entrar en ella y como hacemos en ese otro campo de la red, utilizar las imágenes contra las imágenes y a nuestro favor, tanto de los mensajes que lanzamos, como sobre la forma de explicar las cosas. En Zaragoza vais a explicar la abundancia con audiovisuales en una experiencia artística que va a ser muy útil. A esto me refiero. Podríamos también citar toda la retahíla de esfuerzos por convertir la red en un espanto, pero no resulta útil para la acción centrarse en todo esto y actuar de forma victimista.
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Pero es que hay un elemento material que creo que no estás viendo con suficiente claridad. El texto, se convirtió en «apropiable» por nosotros no por la vietnamita o la fotocopiadora, sino por internet. Y una vez liberada la tecnología, todos los intentos por cargarse la red ya tienen que ver con atraer a más gente, con obnubilarla con servicios y «facilidad de uso», para que se autolimite al uso de la red que ellos quieren, que son los que les generan rentas… pero los límites de posibilidad de la tecnología son los mismos!! Facebook, twitter o Google no han cambiado la naturaleza distribuida de la red sino la de los servicios que se prestan sobre ella y con ellos los de la red social de personas que los usan. Los extraños en Internet siguen siendo ellos, no nosotros.
¿Existe en la imagen algo parecido? La producción masiva de imágenes y relatos sobre imágenes ha bajado de escala, pero todavía está muy lejos de la escala y productividad del texto en la red. Zaragoza será posible porque hay una institución preclara que lo encarga y paga, no porque entre en nuestras capacidades propias, a diferencia de los blogs.
Los límites de posibilidad de la tecnología actual estarían, creo en una frontera serrada donde harían frente común los youtubers y los califactos… pero ni siquiera las web-series. El mundo sonoro con los podcasts, siendo también mucho menos productivo que la palabra escrita, estaría en ese frente común de «sintaxis y alcance» accesible y distribuido.
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Sí, la cultura realmente existente destruye la sintaxis y otras muchas cosas más. Pero las culturas hay que enfrentarlas desde fuera y desde dentro. El hecho mismo de los califactos es una manera de utilizar la capacidad de las imágenes para penetrar en el imaginario, para aunar palabra y dibujo y sonido alrededor de un mensaje que se hace más grande, intenso y comprensivo gracias a esta convergencia. Y si supiera hacer vídeo lo intentaría. No digamos si pudiera componer música. Resulta tan fascinante ver las metáforas, los dibujos, los esquemas, as ilustraciones que tantos científicos han realizado para poder pensar sus teorías. Seguro que Hitler también hacá dibujos para las suyas. Pero no podemos dejar las imágenes en manos de los que hoy las utilizan y las difunden ominosa y negativamente para tantas cosas.
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Creo que llegamos vamos llegando a algo interesante.
El problema no es de la imagen en sí, sino de su oposición a la sintaxis del texto escrito, una tecnología maravillosa que permite ordenar deseos y medios en una forma peculiar que transforma el mundo y cuya destrucción social no nos acerca a revoluciones más auténticas sino a una descomposición social galopante (con los ejemplos que te decía del 2005 y 2010 como primeras demostraciones)
La producción de imágenes, aunque ha sufrido una reducción de escala brutal desde principios de siglo (fotografía) también ha evolucionado hacia la imagen en movimiento, que ha compensado en buena parte los efectos sociales de esa reducción de escala. A la imagen le falta todavía lo que la revolución de las redes distribuidas e Internet supuso para la palabra escrita, aquello que entrevimos en Ciberpunk en el 89: una productividad y alcance que permitían la aparición social de comunidades conversacionales, una verdadera deliberación social al margen del estado. En la producción audiovisual estamos todavía en la fase de la vietnamita.
Quiero decir, si queremos producir texto, como hacemos en los blogs y en conjunto en el Correo, no necesitamos tener un tipógrafo, una persona especializada, con una maquinaria específica y un conocimiento particular ni acceso y capacidad de pago de una instalación industrial (una rotativa o un estudio de TV). Con herramientas asequibles y el nivel básico de programación que forma parte de la cultura digital básica de hoy, tenemos en marcha lasindias.com y antes los sitios de Ciberpunk desde 1996…
Ahora, si quisiéramos hacer un relato audiovisual de ficción necesitaríamos como mínimo todo un conjunto de maquinaria nueva con su software privativo para, cuando menos, armar animaciones básicas. Y para manejarla haría falta una inversión sustancialmente mayor a la necesaria para armar y manejar un servidor.
Quiero decir, a nuestra escala, la de una pequeña comunidad, las fronteras del arte están hoy por hoy en los califactos y las de la comunicación audiovisual seguramente en el podcast o como muchísimo en videitos como los de School of Life y eso si investigamos lo suficiente y hacemos una cierta inversión (que creo que habría que hacer, por cierto).
Por eso mi alarma: si hacemos caso a los epígonos de Derrida, si devaluamos la sintaxis del texto escrito y el pensamiento lector, no tenemos en realidad alternativa posible con qué compensar lo que supone en la deliberación. Y posiblemente, en la práctica, pasaríamos a depender para transmitir de instituciones (como les pasa a los artistas profesionales, que no son un modelo de éxito en lo que hace a enfrentar la descomposición social) y de herramientas centralizadas de comunicación (como están cayendo los propios periódicos con el facebook life o los youtubers con youtube.com).
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Y por cierto… creo que no es casualidad que los califactos sean híbridos de imagen y texto. Creo que su naturaleza de imagen anclada en texto refleja eso: son hijos de la red distribuida y la red distribuida obtiene de la palabra escrita su fuerza como Sansón de su pelo!!
Para mi la cuestión de verdad es: imagínate que pudiéramos crear un software de manejo de imágenes en movimiento que nos permitiera hacer con relativa facilidad collages en movimiento, algo que nos sirviera para hacer lo mismo aquellas animaciones de Monty Python, que un vídeo de The School of Life o un Califacto de música e imagen… ¿Renunciaríamos al texto? Porque los califactos a las finales son texto poético, en la frontera de la sintaxis escrita, pero producto de esa sintaxis. Los vídeos de TSoL sirven de vehículo a textos didácticos muy trabajados y los Pythons, aunque sus collages móviles sean mudos, sirven de entremés para unos guiones que se nutren de toda una serie de convenciones y tradiciones que forman parte de la cultura estructurada en torno al texto.
Es decir, la imagen que estás reivindicando, la exploración en el lenguaje visual que propones, en realidad, creo, está anclada en la sintaxis de la palabra escrita, busca complementarla, no «superarla» como los postmodernos creen posible. Seguramente, dada la tecnología de hoy, eso no sea posible siquiera y por eso, audiovisualización sigue significando recentralización de la estructura de producción de imágenes en movimiento y descomposición de los sujetos que articulan su pensamiento en torno a ellas si no tienen acceso al pensamiento estructurado al modo de la palabra escrita (como ves, el 2005 me dejó muy marcado 🙂 )
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Creo en la convergencia de medios, es decir, que puede y debe haber una complentación entre ellos. La palabra escrita es insustituible, claro está. Pero la batalla de la imagene está servida y hay que afrontarla. Por ello lo que dices en tus dos últimos comentarios me ilusiona, es decir, la posibilidad de ir transformando tecnologías para dotarnos de los medios adecuados a conseguir algo parecido en la imagen a lo que se ha ido logrando con el texto. Ahora los chavales también están utilizando el corta y pega con texto y con imágenes y con audio, creando sus páginas de fans de artistas y películas que les molan transformando las historias que les cuentan, creando nuevos contenidos y narrativas. Resulta muy ilustrativo al respecto la batalla que las grandes productoras también han emprendido contra los clubs de fans de Harry Potter, de la Guerra de las Galaxias y de otras pelis y artistas, contra el hecho de que estas perosnas estaban recombinando, alterando, compartiendo experiencias y creando nuevos argumentos y episodios. Me parece muy interesante lo del empoderamiento tecnológico en el campo del audio y de la imagen. También creo que esa capacidad cognitiva visual que poseen tantos jóvenes, resulta por sí ambivalente, es decir, que se ha realizado a costa de la oralidad y de la escritura, pero orientándola y complentándola con los medios escritos, por ejemplo, puede aportar potencia comunicativa, y sobre todo, enfrentar la influencia visual y auditiva de los grandes monopolios audiovisuales, cambiar su agenda.
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Vuelvo de la reunión anual de la Asociación de Econmía Española (AEE) celebrada en Bilbao con ganas de comentar en el blog algunas de mis reacciones y me encuentro con un post de David sobre la pos-verdad y otro de J.Ruiz sobre las imágenes como parte del mundo. Se pueden leer con independencia el uno del otro;pero en un futuro que espero no lejano sería nuy interesante ponerlos en relación despúes de discutir cada uno en sí mismo. Pero de momento quiero dejer reseñado que el segundo de ellos me ha sacado de un bloqueo literario en el que me encontraba. Pretendía en efecto contar la historia de un economista revoltosos que no se encientra cómodo en un mindo en el que lo que importa es la relación entre la palabra y la cosa y que cree saber que la imagen y la música son parte crucial del relato de la verdad social y especialmente de la económica, y de esto sí que me interesaría tener la oportunidad de discutir amplia y distendidamente.
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Juan, cuando lo desees conversamos sobre ello. Es un tema de gran importancia sobre el que hemos de reflexionar y creo que actuar.
Y si me texto humildemente ha servido en algo para superar un bloqueo literario, ello me alegra.
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