Como habéis comprobado, he realizado recientemente algunos cambios en mi blog. Y para tomar estas decisiones me ha sido de utilidad el libro de A. Kleon, “Aprende a promocionar tu trabajo”. Que paso a resumir.
Kleon es artista y escritor. Ya conocía su libro anterior “Roba como un artista”, y a pesar de que el título del que ahora comento no me resultara muy atractivo, y aunque estuviera situado cerca de los libros de autoayuda, emprendedores y startups, decidí comprarlo, porque el índice y una primera lectura diagonal sí indicaba mejor el alcance real de su trabajo:
Mi intención es tratar de enseñarte a pensar en tu trabajo como un proceso sin final, a compartir ese proceso de manera que atraiga la atención de personas que pueden estar potencialmente interesadas en lo que haces y a lidiar con los pros y los contras de exponer tu trabajo (y de exponerte a ti mismo) al mundo.
Es decir, cómo encontrar a tus compañeros de viaje, cómo comenzar a crear una comunidad alrededor de nuestro trabajo y de hacer lo que sabemos y nos gusta. Y creo que el principio que orienta todos sus consejos resulta atractivo, y para mí imprescindible: “Todo lo que tienes que hacer es enseñar tu trabajo”, compartirlo, por tanto.
Si quieres que la gente se entere de lo que haces y de las cosas que te interesan, tienes que aprender a compartir.
Estoy de acuerdo en que uno de los modelos humanos “más peligrosos es el mito del genio solitario”. Y que eso que hemos denominado como creatividad, tal y como ya manifesté en otro trabajo, es algo que está más vinculado con el grupo que con el individuo solitario, y que por tanto, que la única manera de mantener vivo el propio trabajo consiste en exponerlo para crear una comunidad creativa, lo que el autor llama, crear una “ecología del talento”. Y por tanto, que tenemos que utilizar todas las herramientas informáticas con ese objetivo primordial de tejer una red humana de colaboradores y de compañeros.
Nunca me hubiera considerado un amateur, pero la definición que ofrece Kleon la asumo como propia y la propongo como ejemplo a seguir. Frente al especialista:
(…) los amateurs están deseando probar cosas y compartir sus resultados. Se arriesgan, experimentan y siguen sus propios antojos (…) un amateur no tiene miedo a cometer errores o a parecer ridículo en público (…) Los amateurs pueden carecer de una formación reglada, pero son aprendices vitalicios, y les gusta aprender en público para que otros, a su vez, puedan aprender de sus éxitos y de sus fracasos.
Creo que el “antojo” de fabricar califactos puede ser un buen ejemplo de lo anterior. Pero esta frase también me incitó a mostrar en mi blog no sólo los resultados finales, sino también los procesos de aprendizaje, es decir, compartir el trabajo cotidiano y por tanto, para hacerlo más efectivo, documentarlo todo con objeto de poseer siempre una reserva de la que echar mano para aprender, para mostrar cosas interesantes y así poder compartir mejor y con más frecuencia.
También aconseja que todos los días se intente compartir algo en el blog, aunque sea poco, porque el hecho de conservar el hábito y de mantener un mínimo flujo de información hace que al fin el proceso se automatice y fortalezca el vínculo con la comunidad.
Sobre el tema del ridículo y de los errores, creo que la siguiente reflexión puede resultar útil para que los más pudorosos y miedosos acaben también compartiendo su trabajo. Afirma el autor, un tanto provocativamente, que el 90% del trabajo que realizamos es basura:
El problema es que no siempre sabemos qué es lo que sí es bueno y lo que no vale para nada. Por eso es importante mostrar a los demás lo que hacemos y ver cómo reaccionan.
Sabio consejo que resulta preciso también saber balancear con dos criterios: intentar siempre que lo publicado pueda ser útil y no publicar cosas sobre las que tengamos razonables dudas de que van a poder volverse en nuestra contra.
También lo que afirma sobre los gustos me resulta saludable y valiente:
No te sientas culpable acerca del placer que te producen las cosas que te gustan. Celébralas.
Aunque nuestros gustos parezcan raros o no muy snobs, incluso mundanos o poco adecuados al gusto general o al de tu grupo o comunidad de aprendizaje.
En síntesis, nos dice que la cooperación en la red que se deriva de compartir y de generar un flujo de cosas que se van a intercambiar, posee una finalidad más ambiciosa, que consiste en ir fabricando trabajos concretos, un stock de valor cuya calidad va a depender del modo cómo se haya colaborado y sabido integrar la información y los aportes de la “ecología de talento” que hemos creado a nuestro alrededor.
Con esta finalidad de mantener un flujo constante de información y de devolver la generosidad, Kleon recomienda compartir un “gabinete de curiosidades” al que yo he denominado en mi blog “Desde mi gabinete” y “Por esos mundos”, con objeto de compartir lecturas, influencias, música, gustos, pasiones, errores, antojos, conciertos, viajes, webs, rarezas, etc. También el mantenimiento de un lugar donde colgar recomendaciones resulta muy apropiado para compartir aquellas cosas que a otros también les pueda resultar útiles e inspiradoras.
En el mismo momento en el que aprendas algo, gírate para enseñárselo a otros. Comparte tu lista de lecturas. Indica cómo llegar hasta materiales de referencia interesantes. Crea tutoriales y cuélgalos en la red. Usa fotos, palabras y vídeos. Guía a tu público a través de tu proceso de trabajo. Como dice la bloguera Kathy Sierra: ‘Ayuda a que la gente sea mejor en algo en lo que quiere mejorar’.
Porque al final, de lo que realmente se trata, es de encontrar a tus verdaderos compañeros, para lo cual el símil de arrojar la red puede ser un buen resumen de todos los consejos que el autor nos ha estado ofreciendo:
(los correligionarios) son tus verdaderos compañeros, las personas que comparten tus obsesiones, que comparten una misión similar a la tuya, las personas con las que compartes un respeto mutuo.
Porque no se trata de sumar números, de dirigirse al mundo en abstracto para alcanzar la máxima audiencia, sino de encontrar la gente con la que crear y a la que ofrecer lo que haces porque le puede resultar útil y de interés. Para lo cual la red-internet ofrece la posibilidad, como hemos visto, de encontrar compartiendo, una labor que aconseja el libro se compagine con quedar en persona, con tejer también redes presenciales y convertir a los amigos virtuales en reales.
En el capítulo que titula un tanto provocativamente “Véndete”, aconseja que cuando se tengan productos lo suficientemente buenos, se salga al mercado, porque la pretensión de vivir del trabajo que te gusta resulta totalmente legítima y no hay que tener miedo a vender, a pedir ayuda o financiación.
Finalmente, y para tener éxito en este empeño, aconseja, con ironía y razón, que no te conviertas en un spam humano (que sólo piensa en sí mismo), que evites tanto a los vampiros (“Si después de salir por ahí con alguien, te sientes agotado y vacío, esa persona es un vampiro”), como a los trolls, aquella “persona que no está interesada en contribuir a mejorar tu trabajo, sólo en provocarte con comentarios odiosos, agresivos y enervantes”.
En fin, un libro interesante y útil, que se lee con facilidad y que resulta muy ameno.
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