Paul McCreesh, director de Gabrieli Consort and Players, es un puro entre los puros. Y ayer pudimos comprobarlo en la reconstrucción de la que debió ser la misa de coronación del dogo veneciano Marino Grimani en 1595. Un alarde de historicidad musical, un reto el de convertir un auditorio de música moderno en un remedo de la basílica de San Marcos de Venecia. Siempre se ha hablado del típico sonido inglés de sus mejores grupos de música antigua: frialdad, estricta afinación, perfecta sincronía, precisión vocal, total respeto a la partitura, ausencia de extravagancias y aversión al gesto cálido o a la inventiva. Un deseo de pureza que en determinados momentos logra sumergirnos en mundos idílicos e inmaculados, como el canto a 5 voces de comunión de Andrea Gabrieli «O sacrum convivum«. Pero la pureza o la carencia de pasión, o la mesura en la expresión emotiva no siempre resultan deseables, y por supuesto, en muchas de las músicas que esos grupos puros ingleses nos han transmitido, dudo que sus creadores y espectadores simpatizaran mucho con esta manera de interpretar sus partituras. Cuando otras tradiciones musicales más «mediterráneas» tomaron entre sus manos la interpretación de, por ejemplo, el barroco italiano, pudimos encontrar que entre las notas frías de las partituras podía aflorar todo un mundo cálido, gesticulante, impuro, extravagante y casi diletante, provocador en la manifestación de los sentimientos. El otro día ofrecí un ejemplo del Vivaldi de Europa Galante. Por aquella época otro grupo del sur, Concerto Italiano, dirigido por Rinaldo Alessandrini, nos ofreció también una alternativa a la pureza en la interpretación de los madrigales de Monteverdi.
Los Gabrieli utilizaron las gradas de San Marcos en Venecia para crear una música policoral que en simpatía con las características arquitectónicas del lugar fuera capaz de convertir el espacio en sonido. Al igual que Caravaggio hiciera en pintura, quisieron mostrar lo sagrado y lo elevado vestido con los ropajes de lo mundano y de lo popular, incluso de lo feo y lo pervertido. Ayer asistimos a un magnífico concierto que ni reconstruyó lo que debió ser la ceremonia, ni consiguió la pureza, porque no logró contagiarnos del impuro concepto del rito en la serenísima república comercial barroca. Pero repito, fue una magnífica experiencia musical.
De ejemplo, una muy impura interpretación de una Canzon a 8 de Giovani Gabrieli, realizada por el ensemble de trompetas Simón Bolívar.
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