El violín desgarrado

He tardado en escribir estos comentarios porque la experiencia del primer concierto para violín y orquesta de D. Shostakovich me ha dejado perplejo. Fue hace una semana, por un binomio difícil de igualar, por la Filarmónica de San Petersburgo dirigida por Termirkánov, y Leticia Moreno al violín. Son muchas las conjunciones afortunadas: la filarmónica de Leningrado estrenó el concierto en 1955, Temirkánov conserva la herencia de los grandes maestros de orquesta rusos -sucesor del gran Mravinski, que estrenó el concierto 10 años después de que fuera compuesto-, y junto con Leticia ha estudiado e interpretado el concierto de manera continua durante los últimos años.

A Leticia la conocí hace tres años en un magnífico concierto de sonatas de violín que ofreció en Alicante. Y ya me sorprendió la madurez que supo imprimirle a obras nada sencillas. Su violín suena terso, denso, potente y sin estridencias, y es capaz de alternar dulzura con desgarro y violencia.

Casi toda la obra de Shostakovich está recorrida por el drama, los contrastes, por la sutil alternancia de mensajes contrastados que parecen anularse, un despliegue de contrarios que fue el caldo en el que tuvo que nadar para no sucumbir ante la estupidez y la persecución stalinista. Cuando D. Oistrakh, el violinista que lo estrenó, tuvo que expresar lo que sentía sobre el concierto, manifestó que el Nocturno con el que comienza «expresa una supresión absoluta del sentimiento» y que el scherzo que le sucede resulta «demoníaco».

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