Experimentar

Hay un deseo humano de experimentación. De ponerse en situación diferente a la habitual, de simular un mundo y analizar las consecuencias, de tentar a los sentidos con nuevas sensaciones, de vislumbrar una utopía y poner los cimientos para su realización. Los experimentos científicos consisten en eso mismo, en construir un pequeño mundo alternativo o diferente al real, en el que poder probar diferentes acciones para estudiar las consecuencias y de este modo lograr extrapolar esos hechos artificiales y controlados al mundo real que habíamos dejado en suspenso.

Experimentar. La vida sería muy aburrida, la evolución humana habría dejado de existir sin esa necesidad vital de probar y ver qué ocurre, de querer comprobar si lo que habíamos previsto se cumplía o simplemente era una ilusión intrascendente. La experimentación pone a prueba al mundo y también a la persona, a ambos a la vez. Experimentar consiste en construir unas especiales condiciones de percepción que nos permitan sentir lo que habitualmente no podemos percibir. El arte, por tanto, más que un objeto o una cosa que admirar expone su verdadero carácter cuando lo experimentamos, cuando miramos la realidad con esa nueva sensibilidad que el experimento del arte, de la ceremonia, del espectáculo o del rito nos despiertan.

En la experimentación se reúnen el placer y el conocimiento. Y por supuesto, existen muchas formas de experimentar, desde la del adolescente que se adentra en el mundo del sexo, o el del técnico que analiza la idoneidad de un mecanismo, del chaman que con la ayuda del peyote realiza viajes astrales, hasta el chaval que se fuma un porro, del turista que se expone a paisajes y sociedades exóticas, hasta el aventurero que desea descubrir nuevos parajes, del hacker que diseña software hasta el artista que cincela una estatua o el trabajador que juega a crear otro tipo de entorno productivo.

La progresiva mercantilización de la sociedad ha hecho que también ésta haya alcanzado a la experimentación. Ahora la experiencia se puede comprar, tanto directamente en forma de sensación y de percepción, como indirectamente a través de muchas de las mercancías que consumimos. La industria audiovisual y de la cultura, la del espectáculo o la turística, la pornografía o los videojuegos, realmente son industrias de la experiencia, nos venden la posibilidad de simular otros mundos, de ponernos en situaciones diferentes a las habituales. Pero también el marketing, el diseño y la publicidad, que consiguen dotar a muchas mercancías de un valor añadido al de su utilidad para cubrir necesidades materiales, y que impregnan el consumo de las cosas de la posibilidad también de experimentarlas, de poder fingir o simular un mundo por el hecho de estar consumiendo o de poseer determinados productos.

Pero la intensidad o la calidad de la experiencia no reside sólo en el precio que pagamos por ella, o en el producto experimental que compramos, sino también en cómo lo utilizamos y sobre todo cómo esa experimentación nos transforma y nos permite alcanzar algún tipo de conocimiento valioso, cómo nos capacita para transformar nuestro entorno, e incluso controlar los elementos más esenciales de esa experimentación en la que necesariamente hemos de convertirnos a la vez en observadores y en observados.

Por ello, una de las características de este capitalismo cognitivo con el que convivimos, es la de haber transformado el ocio en algo productivo, que el tiempo libre de los trabajadores no sea un entorno de libertad al margen del mercado, sino que se haya convertido también en un inmenso supermercado de experiencias que aspiran a crear necesidades convertibles en mercancías, y por tanto, en intentar continuar la explotación humana más allá de la fábrica, también en el hogar y en la playa. Y por tanto, que ese mundo administrado que inventó el capitalismo decimonónico se extienda más allá de la fábrica, el Estado o el consumo, y alcance el tiempo libre, que no sólo la organización administrada del tiempo se dé en el trabajo, en la sanidad, la educación o en el supermercado, sino que también cope nuestro ocio y todas esas experiencias privadas que estaban al margen del mercado, que la construcción de nuestra subjetividad no sólo dependa de cómo el trabajo y la explotación nos configuran para ser obreros eficaces, sino también el mismo ocio para convertirnos en sujetos o individuos.

La industria del ocio se aprovecha así de nuestra necesidad de experimentar, del mismo modo a cómo la industria tradicional medraba a costa de nuestras necesidades vitales y del hecho de tener que convertirnos en asalariados o proletarios por no poseer el capital imprescindible para producir autónomamente, del mismo modo a cómo la industria del ocio se aprovecha actualmente del robo de los espacios públicos de experimentación y del procomún.

No somos dueños absolutos de nuestras personas, de lo que somos y en lo que nos vamos a convertir.  La genética, el aprendizaje y la educación, el trabajo y el ocio nos configuran de una determinada forma de la que somos también responsables, porque nuestra libertad, más o menos coaccionada por las necesidades y los poderes existentes, la estamos utilizando continuamente para tomar decisiones. Creo que el mejor indicador de nuestro grado de libertad se da en relación con nuestra capacidad para producirnos, para configurarnos como individuos o sujetos de forma autónoma, porque el ser humano es el animal que se hace, que continuamente se está construyendo a sí mismo a través del experimento. Y que esa lucha que entablamos contra y en el sistema para ser más libres, no sólo se debe dar en el terreno de la política o del trabajo, sino también en el de la cultura, el arte, la ciencia, el ocio, y por tanto, en el campo de la experimentación, de las experiencias que libremente compramos y sobre todo de aquellas que realizamos al margen o contra el mercado.

Un comentario sobre “Experimentar

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  1. ‘Divertimento’ … es como defino mi quehacer, últimamente… Dícese también de aquellos experimentos del ámbito científico que no tienen un objetivo claro… más allá del experimentar .

    Aunque como bien me recordabas en el autobús… no olvidemos que hace falta, por imperativo del sistema incluso habitandolo en sus intersticios… ¿ equilibrar Kairòs y Cronos ?.

    Por otra parte, con la aparición del fordismo , ya el propio Henry daba unas pautas de lo que el trabajador (ese que luego debería poder comprar la mercancía que el mismo producía) … debería (o no) hacer en su ‘tiempo libre’. Había ya unos cánones del buen ‘trabajador fordista ‘. Todo ello me viene a la cabeza cuando hablas de las experiencias ‘empaquetadas’ que el sistema nos ofrece… listas para consumir…. en nuestro ‘tiempo libre’. Por eso es tan refrescante … zambullirse las experiencias-kairòs.
    Como, por ejemplo, asisitir a la rapsodia de la ‘Balada fragmentada de los drones’ con @daniel , en @lasindias

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