
Me comentan algunos amigos por qué vivo la Semana Santa con tanta religiosidad, siendo yo ateo. Sobre todo se refieren al hecho de que en estas fechas, casi siempre adapte la música que escucho a los hechos de la pasión y muerte de Cristo.
A mí esto nunca me ha sorprendido, y siempre lo he vivido con naturalidad, sin contradicciones ni disonancias cognitivas. Realmente mi corazón llora con el “Erbarme dich, mein Gott” (de la Pasión según San Mateo de J.S. Bach) o con las Lecciones de Tinieblas de Couperin, no digamos con el “Officium hebdomanae sacrae” de Tomas Luis de Victoria.
Pero resulta también palpable que la música religiosa occidental es pura propaganda. Hay poemas que sonrojan por su puerilidad, simpleza o ruda hipocresía. Abundan los ejemplos. Del gran Bach, por traer un tótem, no se libra casi ningún texto. Las arias de la mayor parte de sus cantatas, e incluso Pasiones, destacan por su escasa altura poética, simples tópicos traídos aquí y allí sin mucha elegancia y aun menor originalidad.
Otros no, por supuesto. Hay secuencias medievales, como el “Stabat Mater”, por ejemplo, o el salmo “Miserere mei, Deus”, realmente emotivas y llenas de encanto. También algunos textos recogidos de la Biblia en sus traducciones polifónicas ofrecen una materia prima de gran pureza y emotividad. “Nigra sum sed fermosa” (Negra soy pero hermosa), parece el texto de una soleá flamenca, una frase que siempre me conmueve por su sencillez e ingenuidad, del Cantar de los Cantares fue tomada como texto de cientos de motetes religiosos.
Recuerdo uno de los conciertos más emotivos que jamás he escuchado (del que hice una reseña en mi blog), por el grupo belga Vox Luminis en el Auditorio Nacional de Música. Al respecto escribí lo siguiente:
“Gracias a la experiencia de ayer, tan intensa y demostrativa, pude apreciar mejor el servicio tan eficaz que la música le ofreció al poder para conseguir el servilismo voluntario de los fieles. Algo de sobra conocido. Pero cuyas fuerzas humanas instintivas y estéticas se despiertan en uno mismo, aun cuando sea ateo y anticlerical, hasta el punto de estar deseando, a la par que odiando, el hecho de ser realmente conmovido, durante el concieeto, por esta música tan diabólica y compuesta con fines tan espurios… Pero ahora que se impone la escucha inteligente e históricamente documentada, y que las obras se disfrutan con sus letras correspondientes, aunque estas posean un valor poético tan escaso como deprimente, afortunadamente se puede advertir también el papel político e ideológico que jugó esa música en la sociedad del momento, el hecho de que los compositores, siervos de la Iglesia y de los aristócratas, viajaran a Italia para nutrirse de técnicas musicales que deformaban a su vuelta, y a las que añadían melodías que le robaban al pueblo y que adaptaban en ritmo y en intención con objeto de servir al fin de ocultar la explotación y la injusticia.”
Durante casi todo el concierto no pude dejar de pensar en las revoluciones de campesinos y mineros que se extendieron por toda Alemania en aquellos tiempos de Lutero (de donde procede esta música religiosa), y sobre la alianza que concretaron siempre los poderes protestante y católico para anegarlas en sangre. Quería imaginar su música, la música de la revolución anabaptista y husita, la música que nos hubieran legado estos revolucionarios contra la Iglesia y el servilismo, si Bach y su familia, en lugar de tener que servir al rito luterano de todas las fiestas religiosas, hubieran sido libres de crear la música que hubiesen deseado. En fin, otra historia, pero una ucronía que se hace imprescindible para atisbar o conmovernos con la utopía. Al menos eso creo yo, si queremos dejar de ser espectadores pasivos del arte embalsamado en museos y auditorios, si deseamos que este siglo XXI tenga su estética y su música al servicio de crear ritos, hábitos, ceremonias y comunidades que se opongan activamente al servilismo que hoy también nos invade.
El arte es una trampa. Me atrae esta definición que le escuche al escultor-arquitecto Jorge de Oteiza en torno al arte y su parecido con el concepto de trampa: “El hombre es pastor del ser. El artista es cazador del ser“. Esta conexión de la experiencia artística con la trampa (o el engaño) me parece realmente interesante y guarda relación con las reflexiones que he ido publicando en torno al “artear”: “El artista es un tramposo. El artista es el hacedor de trampas“.
Porque el arte juega con nuestras percepciones, y se funda en un engaño consentido, en un juego perceptivo en el que todo artista presenta un reto cognitivo, una especie de engaño o trampa perceptiva que el espectador, el oyente o el lector tenemos que desentrañar para disfrutar dejándonos cazar
Sinestesia, metáforas encarnadas, empatía, armonía micro y macrocósmica, acoplamiento estructural, vibración, etc., todo un dispositivo conceptual de resonancias míticas que nos ofrece un campo fértil de especulación y activismo en las conexiones entre lo artístico y lo científico, lo racional y lo espiritual. En fin, un tema recurrente que adquiere tantas vertientes como incógnitas, pero que posee la capacidad afortunada de alimentar la imaginación, y sobre todo, la necesidad de entender por qué nos dejamos tentar por las trampas, por qué razón disfrutamos tanto jugando a engañarnos con el arte, en este caso, el arte religioso.
¿Qué valor nos dona la música eclesiástica a los que somos ateos, y sin embargo, religiosos? Toda la pregunta parece una pura contradicción. Pero no deseo ser sarcástico con algo tan imprescindible y esencial como la religiosidad. Aun cuando sea consciente de la molestia que pueda provocar esta otra afirmación, que sólo los ateos podamos ser realmente religiosos.
Hay un hilo que nos une al pasado. No se trata ni de un argumento, ni de una explicación. Sólo un hilo que nos ata, invisible, pero tenaz. Yo me afano por poder tocarlo, sentirlo, y notar algún tipo de vibración. Chejov lo llamaba cadena, una cadena que nos une y de la que no nos podemos desembarazar. Yo tengo Fe en ese hilo. Desconozco lo que pasará cuando logre atraparlo, pero confío en él. Por eso soy religioso.
El rito de las voces que se funden, y cuyos armónicos se entrelazan en un auditorio de otras mil voces calladas, resulta un auténtico misterio. No la física de las ondas estacionarias, sino cómo en esa materialidad algunos podemos atisbar el hilo que tensa el presente con el pasado y hacia el futuro. Lo maravilloso no reside en que las voces se hallen impregnadas de divinidad, sino que dios resulte superfluo ante la magia de unas gargantas que, en el vacío sin sentido de un auditorio, sean capaces de enhebrar a todos los presentes en el hilo de la historia.
Termino con un deseo, con la fortuna de que un amigo concreto esté leyendo este texto (con el que sin duda disentirá), porque deseo recordarle aquella experiencia que vivimos juntos a los pies del Tesorero (un monte nevado de los Picos de Europa), una Semana Santa de hace tantos años, cuando pusimos en un radiocasete, durante una noche serena y estrellada, el “Mache dich, mein Herze, rein” (el aria de bajo de la Pasión según San Mateo de J.S. Bach). Seguro que él y yo sentimos cosas distintas, o quizás sintiéndolas similares, las explicaríamos de modos muy diferentes e incluso contradictorios. Pero allí estábamos, admirando el firmamento y las ondas sonoras de Bach, juntos compartiendo un rito, un sacrificio, una experiencia, un puro juego, dejándonos atrapar por el misterio y la trampa del arte. Y aquí reside la fortuna de que el ser humano haya evolucionado junto con el arte, el que a través de algo tan incomprensible, sin tener que estar de acuerdo, e incluso viviendo en la contradicción, podamos ser capaces de sentir la armonía, de emocionarnos por el simple hecho de estar juntos, de que a través de la pura física del sonido podamos crear comunidades para convivir y crear. Esta es la religiosidad que yo encuentro cada Semana Santa cuando, cada uno de los días de la muerte y pasión de nuestro señor Jesucristo, escucho la sucesión de músicas que jalonan su deriva hacia el Gólgota.
Juan .
He disfrutado muchísimo leyéndote .
Me has puesto en brete el corazón por la claridad , visión y sensibilidad de tus pensamientos y estilo .
Qué elegancia Juan . Que precioso bolillo de mente y pluma tienes
Me gustaMe gusta
gracias
Me gustaMe gusta