Tras el atentado terrorista de las Torres Gemelas, Estados Unidos encontró una nueva justificación para erigirse en guardián universal de la democracia y de los derechos humanos. Aunque la crisis económica parezca haber sepultado la presencia ubicua de la guerra global, ésta continúa a pesar de los más de 10 años transcurridos.
«El destino de las masas consiste, en Occidente y en Oriente, en el Sur o en el Norte, en ser convertidas en justificación de ataques, ofensivas y represalias. Como arietes de la política se nos transforma en víctimas civiles o incivilizadas, fáciles de cazar, en coartada de conflictos cuyas causas se nos escapan. Esa opinión pública ensalzada por cada nuevo sacrificio proclamará su indefensión, su derecho a la seguridad, un acicate para el próximo matarife. Somos el nuevo campo de batalla de las guerras permanentes. Ya no se nos manda en masa a los frentes a dejar el pellejo. Porque la geografía guerrera del presente se conforma con nuestros cuerpos propiciatorios, barros y masas conmovidos por las mafias, los ejércitos regulares, los suicidas y las bandas terroristas. Se nos engaña antes y después de cada nuevo bombardeo, atentado o asesinato indiscriminado, porque el fin último de cada explosión consiste en transformar a la masa informe del pueblo en una opinión pública adiestrada en reclamar protección. Este travestismo de la política nutre el nuevo imaginario de la legitimidad, porque cada verdugo reclamará su puesto legítimo en la política en virtud de su capacidad para ofrecer protección efectiva a la ciudadanía».
Este artículo «Desobediencia a la guerra global», publicado en la revista PUEBLOS en junio de 2003, alertaba contra las políticas que amparadas en la necesidad o en el deseo de salvarnos, limitan nuestros derechos y nivel de bienestar, ya sea por librarnos de la amenaza terrorista o de la crisis económica. Este comienzo de siglo se recordará como la época en la que comenzó el proceso de demolición de la democracia. La desobediencia civil, olvidada en los manuales de historia y ciencia política, comienza a estar presente en las luchas contra este proceso de depauperación de la condición humana que trae consigo este nuevo capitalismo guerrero y corrupto.
«Sufrimos la igualdad en la explotación, una solidaridad de cuerpos necesitados que a pesar de nuestras impotencias y dominaciones no han perdido esa última libertad que la democracia nos deja, la de poder quejarnos, y sobre todo, la de poder imaginar otros mitos y relatos. Porque la dignidad del ser humano, de hecho, reside en nuestro cuerpo y no en esas justificaciones trascendentes de unos derechos humanos imposibles de definir y de materializar sin la presencia efectiva de estas materias tan necesitadas de placer, y sobre todo, tan afines en la demanda de menores dosis de dolor. Aquí reside la verdadera dignidad de las personas, en el agua, en el cielo, los puerros, el calor del sol, los olores y el aire limpio, los alimentos y las atenciones sanitarias. Este enjambre de cosas tan intrascendentes, y sin embargo tan dignas que no debieran estar sujetas a precio, debiera conformar el verdadero objeto de las políticas, no aquellos conceptos tan sagrados y evanescentes bajo cuya égida se justifican los mayores atropellos».
Puede consultarse también «La teoría política del terror»
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