ENSAYO SOBRE LAS DOS RUEDAS (xvii)

………..continúa…

Equitativo, sostenible y próximo

La mayor parte de los desplazamientos personales tiene lugar en los entornos urbanos: para comprar, trabajar o acceder a los servicios de salud, educación y ocio. Cada vez nos movemos más, gastamos más energía y contaminamos más para realizar estas actividades. Pero un elemento clave a añadir a este enredo, y que no debería soslayarse, es la diferente capacidad de las personas para realizar estos desplazamientos y para lograr altas velocidades en los mismos. A elevada velocidad sólo pueden circular los elegidos. Es decir, a medida que las cosas se alejan, los medios no motorizados de transporte, andar e ir en bicicleta, accesibles a todos, empiezan a perder funcionalidad. Comienza, así, a producirse un proceso de segregación social, en función de la diferente capacidad económica y social de las personas para desplazarse con rapidez, y, por tanto, una distribución desigual de la libertad de los ciudadanos para acceder a los servicios públicos, al ocio o a los puestos de trabajo.

El objetivo de incrementar, a toda costa, la velocidad media de desplazamiento se torna, de hecho, un medio muy poco eficiente, caro e injusto de conseguir el acceso de los ciudadanos a las actividades en el territorio. Mantener un sistema de transporte veloz entra en confrontación con un sistema de transporte equitativo, que garantice el acceso universal e igualitario a los servicios públicos y al puesto de trabajo; con un sistema de transporte sostenible, que no perjudique al clima global ni nos embarque en guerras por el control de las fuentes de combustibles; con un sistema de transporte de proximidad, que permita dedicar menos tiempo para acceder a las actividades esenciales para el desarrollo humano y para el bienestar.

El sistema fordista de producción rebasa la fábrica y diseña el espacio, porque la fabricación de coches, cada vez más veloces, alimentados con combustibles fósiles, acaba consumiendo no sólo el petróleo disponible sino también el mismo territorio humano y natural. En lugar de construir ciudades cálidas, bien trabadas, policéntricas e igualitarias, asistimos a su explosión y posterior reconstrucción en centros de actividad distantes y jerarquizados, unidos por redes de transporte de gran capacidad, cuyo trazado fragmenta y desestructura el espacio y el territorio. No sólo los lugares origen y destino de nuestros desplazamientos diarios se alejan, sino que las trayectorias que seguimos son cada vez más curvilíneas e hiperbólicas, a través de una geografía de circunvalaciones, by-pass, variantes, etc., que convierte la red de transporte en un espacio de movilidad enloquecida y cada vez más frenética.

Por ello, aunque resulte paradójico, debemos ir más lentos para llegar antes. A los Gobiernos les correspondería, en este reto de lograr una movilidad sostenible, asumir su cuota de responsabilidad y trabajar para construir un sistema de transporte eficiente, justo y respetuoso con el medio ambiente y la salud de los ciudadanos. Pero ni ellos, ni la sociedad que los vota están aún maduros para sellar un pacto por la lentitud y la cercanía. Se necesita aún mucha información, educación y debate social para alterar el actual sistema de transporte; para transformar, en síntesis, el sistema de producción y de distribución de bienes y de personas sustentado en el consumo masivo de combustibles fósiles que contaminan y que se están agotando.

Nos han enseñado, y hemos aceptado, que la democracia de mercado produce soluciones eficientes para los problemas económicos y energéticos a los que nos enfrentamos. Pero si analizamos los indicadores que habitualmente se usan para medir la eficiencia del sistema de transporte se deduce justo todo lo contrario. Vivimos en un mundo altamente ineficiente, con infraestructuras y modos de transporte onerosos, de elevada siniestralidad y altos costes ambientales. Si se han construido, si nuestro precario e insostenible modelo de desarrollo descansa en ellas no se debe a su eficacia, a que representen la mejor solución a los retos del transporte, sino a que constituyen las infraestructuras y los modos de transporte que unos agentes económicos poderosos han logrado implantar en nuestras economías en connivencia con el poder político. El transporte masivo basado en combustibles fósiles resulta enormemente eficaz para drenar beneficios sociales hacia grandes grupos de poder, a costa de la congestión que padecemos, de la contaminación que respiramos y de la enorme cantidad de horas de trabajo que debemos emplear para sostenerlo.

La bicicleta, por tanto, ofrece más que una solución individual, un potencial revolucionario de gran calado, una carga de profundidad contra las estructuras del poder urbano y mundial. Más que un modo de transporte limpio, equitativo y eficaz, lúdico y saludable, un arma colosal contra las economías rentistas basadas en el petróleo y en la explotación. Porque el individuo que asume la responsabilidad de pedalear en un mundo que le persigue y que le niega, encuentra un acicate suplementario para realizar la crítica del sistema político, social y cultural imperante, para no sólo apostar por soluciones individuales de “salvación”, sino porque éstas puedan también ser válidas para el resto de la sociedad. Y en este camino hacia la libertad, en la que la bicicleta nos ofrece un símbolo y un instrumento, la velocidad, el tiempo y la distancia, así como el sacrificio o el trabajo, deben analizarse conjuntamente, de forma integral con el objetivo de construir ciudades de dimensiones humanas, y por tanto, racionales.

………continuará…
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