Que ha sido intenso, repleto de conocimiento, experiencias y emociones.
El viernes llegué a Malpartida de Cáceres, y me acerqué al Museo Vostell, ubicado en pleno parque natural de los Barruecos, al borde de una de sus charcas, en lo que fue un antiguo lavadero de lana. Vostell se enamoró de este paisaje (y también de Mercedes, a quien conoció en los años 50 en una visita a Guadalupe) y quiso construir aquí un lugar de encuentro de artistas Fluxus, o cercanos a su manera de entender el arte como vida, como una disolución del arte en lo cotidiano, alrededor de instalaciones efímeras y happenings en los que los espectadores se convierten en participantes e intérpretes de las experiencias artísticas. Un arte conceptual que ubicado en este lugar tan especial, y mostrado por el personal del museo, enamorados del edificio y de sus contenido, nos ofrece una experiencia nada usual sobre lo que significa disolver el objeto artístico en una serie de conceptualizaciones que cada persona debe intentar interpretar, traducir y crear por si mismo o en conversación con otras personas.
Allí asistí a dos conciertos o performances que sólo un lugar como aquel puede contener: la del duo de percusionistas Reconvert project, que nos ofreció varias obras en las que mezclan la electrónica, la actuación, la luz, el vídeo y por supuesto, el uso de los más variados artilugios sonantes, para ofrecer un espectáculo imposible de definir y que sólo cabe disfrutarlo en la presencia y cercanía de cada uno de estos eventos originales. Y la del grupo Sin Red, un cuarteto variopinto de saxofonistas, clarinetistas, recitadores, cantantes, percusionistas, etc. y que se han especializado en la improvisación libre, y que durante 50 minutos nos ofrecieron una actuación muy especial y elaborada sólo para nosotros, los que tuvimos la suerte de estar presentes y estar receptivos.
Y tras las actuaciones, encuentros gratificantes con tantas personas de allí, de Extremadura, y con las que hablamos de historia, de arquitecturas olvidadas, de restauración, de historia del arte, de cómo crear música a partir de lo cotidiano, de poesías, de cómo fabricar palabras huyendo de los trillado y de los sentimientos y emociones convencionales, sobre cómo construir mundos alternativos y ser capaces de habitarlos y contarlos para que se conviertan en lugares comunes, en experiencias compartidas.
Y al día siguiente fui a León, donde me esperaba el espléndido director y clavecinista de música antigua, Eduardo López Banzo, y los cuatro cantantes-alumnos seleccionados para ofrecernos, en el marco de la Catedral, un concierto emotivo y recoleto dedicado a las cantatas profanas italianas, ese género sensible en el que poesía y melodía se funden de manera tan sutil.
En fin, que tuve la fortuna de poder alternar lo clásico, lo tradicional, la magia del pasado, con otras experiencias novedosas y nada convencionales, algo a lo que Fluxus, y en especial, Vostell, era tan proclive, en intentar lograr extraer de las grandes obras clásicas una experiencia útil y con la que poder componer una experiencia diferente y transformadora, con capacidad para emocionar y mover a la acción.
Me quedo con las siguientes frases que recogí en el museo:
«La sociedad que oprime la aventura, consigue con eso únicamente oprimir a la sociedad»
«¿Por qué el proceso entre Pilatos y Jesús duró sólo dos minutos?»
«Son las cosas que no conocéis las que cambiarán vuestras vidas»
Y de ediciones Liliputienses, unos entusiastas que organizan el festival iberoamericano de poesía en Plasencia, y que se definen como artífices de «tiradas diminutas de poetas enormes», un ejemplo de Nurit Kasztelan:
Lo único que quiero
es provocar
un estado de tensión
en el que las cosas se rompan
y no haya ruido.
Funciono como las plantas,
si aspiro demasiado
me ahogo.
En Méjico me contaron
de una mujer
a medida que molía el maíz,
su brazo iba desapareciendo.
Soy como esa mujer
que se muele a sí misma
me escribo
y desaparezco.
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