Ha sido un fin de semana larguísimo, que culminó el domingo con el Bierzo Triman, y que se inició con los conciertos que los Savall (padre e hijo), acompañados por el percusionista David Mayoral, ofrecieron en Oviedo y en León.
Los programas de los conciertos de Jordi Savall (padre) suelen poseer una muy cuidada factura, una selección de obras que nunca se eligen por azar, sino por el afán de ofrecer un mensaje, de transmitir un pensamiento coherente con un objetivo y unas emociones. Tanto si él interpreta su viola de gamba en solitario, como acompañado de su longevo grupo, Hespèrion XXI, sus conciertos te sumergen en mundos históricos para reivindicar ya sea un legado, una injusticia o un ambiente cultural, y siempre todo ello ligado con el deseo de hacer palmaria la influencia recíproca entre culturas y de mostrar que las músicas, como los lenguajes, no pertenecen a nadie, sino que forman un patrimonio comunal al que las personas recurren para expresar, protestar o amar.
En esta ocasión le acompañaba su hijo Ferrán, cantante y tiorbista, y por la manera de interpretar y de elegir el programa, noté que el principal objetivo de los conciertos consistió en encontrar un magma común de músicas que le permitieran, a un padre y a un hijo que siguen trayectorias artísticas muy diferenciadas, compartir su tiempo sobre un escenario emocionando a la audiencia. Fue un recorrido por el Mediterráneo, y por el Nuevo y el Viejo Mundo, en el que la viola de gamba «clásica» se dejó seducir por la voz y la manera ecléctica y heterodoxa de interpretar de Ferrán, el que a su vez ofreció la calidez improvisada de sus cantos para engrandecer una música que permite la improvisación y la diversidad de timbres, y en cuya ejecución el magnífico y sorprendente David aportó el ritmo y la tímbrica variada de su percusión.
Rui Valdivia 
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